miércoles, 20 de junio de 2012

San Atanasio de Alejandría (295-373) y la divinidad de Jesucristo

Atanasio personifica la fe ortodoxa[1]


En el Martirologio romano se dice de san Atanasio, el día 2 de mayo: «San Atanasio, obispo de Alejandría, confesor, Doc­tor de la Iglesia, celebérrimo en santidad y doctrina, en cuya persecución se conjuró casi todo el mundo, defendió victoriosamente la fe católica desde el tiempo de Constantino hasta Valente, contra emperadores, gobernantes e innumerables obis­pos arrianos, acosado por los cuales insidiosamente, anduvo prófugo de una a otra región, hasta no quedarle en la tierra lugar donde ocultarse». (…)

A partir de entonces, a los que creían que Jesucristo es Hijo de Dios les comenzaron a llamar atanasianos o nicenos, dando a entender que en Nicea se había tomado un camino equi­vocado. Esta fórmula de Nicea, que es la que ha permanecido en la Iglesia, fue combatida durante cincuenta años en varios con­cilios, por innumerables obispos que excomulgaron a Atanasio, que inventaron otras fórmulas y buscaron múltiples subterfu­gios para no decir homoousion, de la misma naturaleza. Y esta batalla del siglo IV fue una batalla tremenda, en la que Atanasio, con algunos amigos, a veces cinco o seis en toda la Iglesia, soportó el asalto de la pedantería, del orgullo helenístico y del orgullo judío que se hallaban subyacentes en la hostilidad a la divinidad de Cristo de los diversos sectores del arrianismo.

Pero Atanasio tuvo siempre el apoyo del pueblo cristiano, tanto de Oriente como de Occidente, pero sobre todo de Egipto, donde era más conocido. Los monjes de Egipto, con san Antonio (251-356) a la cabeza, eran atanasianos fervientes. Y los grandes núcleos de resistencia a Nicea y a Atanasio, y donde se prestigiaba al arrianismo en sus diversas versiones -las del Logos creado (lucianistas) o las del Logos eterno pero subordinado al Padre (origenistas)- eran las grandes ciudades helenísticas y, en ellas, las clases sociales y estamentos que no habían sido cristianos hasta después de la conversión de los emperadores.

Oriente y Occidente habían seguido rumbos distintos. En Occidente, primero se predicó la fe cristiana en Roma y desde allí pasó a las otras ciudades, y mucho más tarde pasó al mun­do rural. En Oriente, la predicación apostólica, ya en el siglo II, entró en el mundo rural egipcio, en el mundo nómada de las caravanas de Siria, y se cristianizó rápidamente, mientras se mantenían como islotes de paganismo las clases cultas, los fun­cionarios imperiales, la aristocracia, el patriciado mercantil de Pérgamo, Antioquía, Bizancio, Alejandría. Por eso, numerosas damas de la aristocracia griega, parientes de emperadores, eran activas intrigantes contra Atanasio, y apoyaban que su herma­no o su marido emperador se enfrentara a los nicenos o atanasianos. Y los obispos cortesanos se dejaban orientar por los poderes imperiales y marginaban, como si no mereciesen ser tenidos en cuenta, a los nicenos. En aquellos años, hubo una hegemonía espantosa del arrianismo en la Iglesia de Bizancio y de Antioquía. Pero el mundo cristiano rural de Oriente, fervientemente ortodoxo, nunca dejó de seguir, escuchar y con­siderar a san Atanasio, como en el siglo siguiente hará con san Cirilo, también patriarca de Alejandría, como el que predicaba la fe católica sobre Jesucristo.


Atanasio el Grande [2]

La desfiguración arriana de la idea de Cristo, impli­caba la reducción de la dogmática cristiana a un horizonte de sabiduría mundana y de ideal terreno. La confluencia que en el arrianismo se produjo entre el error judaico y la filosofía religiosa racionalista del helenismo, destruía lo más íntimo del sentido de la redención y de la vida cristiana. De aquí la fácil adaptación del arrianismo al espíritu y men­talidad de quienes se habían convertido al cristianismo arrastrados por la evolución de la actitud imperial hacia la nueva fe.

Frente al naturalismo arriano, Atanasio se sitúa siempre en la perspectiva de la Redención, es decir, de la restaura­ción y la comunicación de la vida divina, por el sacrificio del Hijo de Dios hecho Hombre, a la humanidad pecadora. Para los cristianos que hayamos olvidado la tesis central de la "deificación"de la participación de la divina natura­leza, por la incorporación en Cristo, y la adopción filial por el Espíritu Santo que habita en nosotroses un estimu­lante llamamiento a la autenticidad de nuestra conciencia cristiana el recuerdo del argumento atanasiano en que se afirma, frente a la herejía, la divinidad del Verbo, apoyándose en el misterio de la divinización del cristiano por la gracia.

"Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea divi­nizado." Si el Mediador no fuese el Hijo de Dios por natu­raleza, no podría restaurar en nosotros por su gracia la filia­ción divina, tal es el nervio de la polémica mantenida por Atanasio para defender contra los herejes la consubstancialidad del Verbo y la genuina idea de la Encarnación.

La grandeza de San Atanasio como Padre y Doctor de la Iglesia se mide por la total adecuación entre su vida y su misión. Es el defensor constante de la fe de Nicea y no sólo el símbolo de la ortodoxia para los fieles, sino también para los herejes: El blanco de la hostilidad de éstos y el adalid de la resistencia de la fe cristiana ante las persecu­ciones del poder imperial y las intrigas de los Obispos cor­tesanos, falsos hombres de Iglesia, dirigentes del partido arriano.


San Atanasio y la fe en la divinidad de Cristo[3]

San Atanasio, obispo de Alejandría, nacido en el año 295 y muerto en el 373. Pocos padres como él han dejado una huella tan profunda en la historia de la Iglesia. Es recordado por muchas cosas: por la influencia que tuvo en la difusión del monaquismo, gracias a su "Vida de Antonio" haber sido el primero en reclamar la libertad de la Iglesia incluso en un Estado cristiano[i], por su amistad con los obispos occidentales, favorecida por los contactos realizados durante el exilio, que marca un fortalecimiento de los vínculos entre Alejandría y Roma...

Pero no es de esto de lo que queremos ocuparnos. (…) El dogma que Atanasio nos ayuda a "despertar" y hacer brillar en todo su esplendor, es el de la divinidad de Cristo; por este padeció siete veces el exilio.

El obispo de Alejandría estaba convencido de no ser el descubridor de esta verdad. Todo su trabajo consistirá, por el contrario, en demostrar que esta ha sido siempre la fe de la Iglesia; que la verdad no es nueva, sino la herejía contraria. Su mérito, en este campo, fue más bien eliminar los obstáculos que hasta entonces habían impedido el pleno reconocimiento --y sin reticencias--, de la divinidad de Cristo en el contexto cultural griego.

Uno de estos obstáculos, quizás el principal, era la costumbre griega de definir la esencia divina con el término agennetos, no engendrado. ¿Cómo proclamar que el Hijo es el Dios verdadero, desde el momento que él es Hijo, es decir, engendrado del Padre? Era fácil para Arrio establecer la equivalencia: generado= hecho, o sea, pasar gennetos a genetos, y concluir con la famosa frase que desató el caso: "¡Hubo un tiempo en el que él no existía!" Esto equivalía a hacer de Cristo una criatura, aunque no "como las otras criaturas." Atanasio defendió a capa y espada elgenitus non factus” de Nicea, "engendrado, no creado". Él resuelve la disputa con la simple observación: "El término agenetos fue inventado por los griegos, que no conocían al Hijo".[ii] Otro obstáculo cultural para el pleno reconocimiento de la divinidad de Cristo, menos advertido en el momento, pero no menos activo, era la doctrina de un dios intermedio, el deuteros theos, ligado a la creación del mundo material. Desde Platón en adelante, esta se había convertido en un lugar común para muchos sistemas religiosos y filosóficos de la antigüedad. La tentación de asimilar al Hijo "por medio del cual todas las cosas fueron creadas", a esta entidad intermedia había ido deslizándose en la especulación teológica cristiana. Resultaba un sistema tripartito del ser: a la cima de todo, el Padre no engendrado; después de él, el Hijo (y más tarde el Espíritu Santo), y en tercer lugar las criaturas.

La definición del homoousios, del genitus non factus, elimina para siempre el principal obstáculo del helenismo para el reconocimiento de la plena divinidad de Cristo y funda la catarsis cristiana en el universo metafísico griego. Con tal definición, se demarca una sola línea horizontal en la vertical del ser, y esta línea no divide al Hijo del Padre, sino al Hijo de las criaturas. Queriendo contener en una frase el significado perenne de la definición de Nicea, podemos formularla de la siguiente manera: en cada época y cultura, Cristo debe ser proclamado "Dios", no en un cualquier sentido derivado o secundario, sino en la más fuerte acepción que la palabra "Dios" tenga en esa cultura.

Atanasio hizo, del mantenimiento de esta conquista, el fin de su vida. Cuando todos, emperadores, obispo teólogos, oscilaban entre negación y el la deseo de conciliación, él se mantuvo firme. Hubo momentos en que la futura fe común de la Iglesia vivía en el corazón de un solo hombre: del suyo. De la actitud hacia él se decidía de qué lado estaba cada uno.

2.  El argumento soteriológico

Pero más importante que insistir en la fe de Atanasio en la plena divinidad de Cristo --que es algo conocido y sereno­-, es el hecho de saber qué lo motiva en la batalla, de donde le viene una certeza tan absoluta. No es de la especulación, sino de la vida; más específicamente, de la reflexión sobre la experiencia que la Iglesia hace de la salvación en Cristo Jesús.

Atanasio desplaza el interés de la teología del cosmos al hombre, de la cosmología a la soteriología. Enlazándose con la tradición eclesiástica anterior a Orígenes, en especial Ireneo, Atanasio pone en valor los resultados procesados en la larga lucha contra el gnosticismo, que lo había llevado a concentrarse en la historia de la salvación y de la redención humana. Cristo no se ubica más, como en la época de los apologistas, entre Dios y el cosmos, sino más bien entre Dios y el hombre. El hecho de que Cristo sea mediador no quiere decir que está entre Dios y el hombre (mediación ontológica, a menudo entendida en sentido de subordinación), sino que une a Dios con el hombre. En él, Dios se hace hombre y el hombre se hace Dios, es decir, es divinizado.[iii]

En este contexto ideal, se encuentra la aplicación que Atanasio hace del argumento soteriológico en función de la demostración de la divinidad de Cristo. El argumento soteriológico no nace con la controversia arriana; esto está presente en todas las grandes controversias cristológicas antiguas, desde la antignóstica hasta aquella antimonotelita. En su formulación clásica se lee: Quod non est assumptum, non est sanatum, (Lo que no fue asumido tampoco fue salvado).[iv] Esto se adapta dependiendo del caso, a fin de refutar el error del momento, que puede ser la negación de la carne humana de Cristo (gnosticismo), o de su alma humana (apolinarismo), o de su libre voluntad (monotelismo).

Lo que dice Atanasio puede afirmarse así: "Lo que no es asumido por Dios no es salvo", donde toda la fuerza está en el breve añadido "por Dios". La salvación requiere que el hombre no sea asumido por un intermediario cualquiera, sino por Dios mismo: "Si el Hijo es una criatura -­escribe Atanasio­-, el hombre seguiría siendo mortal, no estando unido a Dios", más aún: "El hombre no sería divinizado, si el Verbo que se hizo carne no fuese de la misma naturaleza que el Padre"[v]. Atanasio formuló muchos siglos antes de Heidegger, y con mayor seriedad, la idea de que "sólo un Dios nos puede salvar", nur noch ein Gott kann uns retten [vi].

Las implicaciones soteriológicas que Atanasio toma del homoousios de Nicea son numerosas y profundísimas. Definir al Hijo  "consustancial"  con el Padre significaba colocarlo a un nivel tal, que absolutamente nada podía permanecer fuera de su alcance. Esto significaba también, enraizar el significado de Cristo sobre la misma base en la que estaba arraigado el ser de Cristo, es decir en el Padre. Jesucristo no es, ni en la historia ni en el universo, una segunda presencia aditiva respecto a la de Dios; por el contrario, él es la presencia y la relevancia misma del Padre. Escribe Atanasio: "Bueno como es, el Padre, con su Palabra, es también Dios, guía y sostiene al mundo entero, para que la creación, iluminada por su guía, por su providencia y por su orden, pueda persistir en el ser... La todopoderosa y santa Palabra del Padre, que penetra todas las cosas y llega a todas partes con su fuerza, ilumina toda realidad y todo lo contiene y abraza en sí mismo. No hay quien se sustraiga a su dominio. Todas las cosas reciben por entero de él la vida, y por él se conservan: las criaturas individuales en su individualidad y el universo creado en su totalidad"[vii]

Sin embargo, se debe hacer una aclaración importante. La divinidad de Cristo no es un "postulado" práctico, como lo es, para Kant, la existencia misma de Dios.[viii] No es un postulado, sino la explicación de un "dato”. Sería un postulado, y por lo tanto una deducción teológica humana, si se partiese de una cierta idea de salvación y si se dedujese la divinidad de Cristo como la única capaz de realizar tal salvación; en cambio es la explicación de un hecho si se parte, como hace Atanasio, de una experiencia de salvación y se demuestra cómo esta no podría existir si Cristo no fuera Dios. No es sobre la salvación que se basa la divinidad de Cristo, sino es sobre la divinidad de Cristo que se basa la salvación.

3. Corde creditur!

Pero es hora de volver a nosotros y tratar de ver qué podemos aprender hoy de la batalla épica sostenida en su tiempo por Atanasio. La divinidad de Cristo es hoy el verdadero articulus stantis cadentis et Ecclesiae, la verdad con la que la Iglesia se mantiene o cae. Si en otros tiempos, cuando la divinidad de Cristo era aceptada pacíficamente por todos los cristianos, se podía pensar que tal "artículo" fuese la "justificación gratuita por la fe", hoy ya no es el caso. Podemos decir que el problema vital para el hombre de hoy sea el de establecer ¿de qué modo es justificado el pecador, cuando no se cree ni siquiera en la necesidad de una justificación, o se cree que se encuentra en sí mismo? "Yo mismo me acuso hoy hace gritar Sartre a uno de sus persona desde el escenario­­— y solo yo puedo absolverme, yo el hombre. Si Dios existe, el hombre no es nada."[ix]

La divinidad de Cristo es la piedra angular que soporta los dos principales misterios de la fe cristiana: la Trinidad y la Encarnación. Son como dos puertas que se abren y se cierran juntas. Descartada esa piedra el edificio de la fe cristiana se derrumba sobre sí misma: si el Hijo no es Dios, ¿por quién está formada la Trinidad? Esto ya lo había denunciado claramente san Atanasio, escribiendo contra los arrianos: "Si la palabra no existe junto al Padre desde toda la eternidad, entonces no existe una Trinidad eterna, sino que primero fue la unidad y, a continuación, con el paso del tiempo, por adición, empezó a producirse la Trinidad. "[x]

La idea --esta de la Trinidad que se forma "por adición"-­, volvió a ser propuesta, en años no muy lejanos por algún teólogo que aplicó a la Trinidad el esquema dialéctico del devenir de Hegel!). Mucho antes de Atanasio, san Juan había establecido esta relación entre los dos misterios: "Todo aquel que niega al Hijo no posee al Padre. Todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre" (1Jn. 2,23). Los dos permanecen o caen juntos, pero si caen juntos, entonces lamentablemente debemos decir con Pablo que los cristianos "¡somos hombres más dignos de compasión!"  (1  Cor.  15,19).

Debemos dejarnos embestir en plena cara por aquella pregunta respetuosa, pero directa de Jesús: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?", y por aquella aún más personal: "¿Crees?" ¿Crees de verdad? ¿Crees con todo tu corazón? San Pablo dice que "con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rom. 10,10). En el pasado, la profesión de la fe verdadera, es decir, el segundo momento de este proceso, ha tomado a veces tanta relevancia que ha dejado en las sombras aquel primer momento que es el más importante, y que tiene lugar en las profundidades más recónditas del corazón. "Es de la raíz del corazón que crece la fe", exclama San Agustín.[xi]

Se necesita derribar en nosotros los creyentes, y en nosotros, hombres de la Iglesia, la falsa persuasión de que ya se cree, de estar a punto en lo que se refiere a la fe. Necesitamos hacer nacer la duda -­no se entiende sobre Jesús, sino sobre nosotros­-, para entrar luego a la búsqueda de una fe más auténtica.  ¡Quién sabe si no bueno, por un poco de tiempo, no querer demostrar nada a nadie, sino interiorizar la fe, redescubrir sus en el corazón!

Jesús preguntó a Pedro tres veces: "¿Me amas?". Sabía que la primera y la segunda vez, la respuesta llegó demasiado rápido como para ser verdadera. Por último, a la tercera vez, Pedro entendió. También la pregunta sobre la fe nos debe llegar así; por tres veces, con insistencia, hasta que nos demos cuenta y entremos en la verdad: "¿Tú crees?, ¿Tú crees? ¿Crees realmente?". Tal vez al final responderemos: "No, Señor, yo realmente no creo con todo el corazón y con toda tu alma.  ¡Aumenta mi fe!".

Atanasio nos recuerda, sin embargo, otra verdad importante: que la fe en la divinidad de Cristo no es posible, a menos que también se experimente la salvación realizada por Cristo. Sin esta, la divinidad de Cristo puede convertirse fácilmente en una idea, una tesis, y se sabe que a una idea siempre se puede oponer otra idea, y a una tesis, otra tesis. Sólo a una vida -­decían los Padres del desierto­-, no hay nada que pueda oponerse.

La experiencia de la salvación se realiza mediante la lectura de la palabra de Dios (y teniéndola por lo que es ¡palabra de Dios!), administrando y recibiendo los sacramentos, especialmente la Eucaristía, lugar privilegiado de la presencia del Resucitado, ejercitando los carismas, manteniendo un contacto con la vida de la comunidad creyente, orando. Evagrio el Monje, en el siglo IV, formuló la famosa ecuación: "Si eres un teólogo, rezarás de verdad, y si rezas de verdad serás teólogo."[xii]

Atanasio impidió que la investigación teológica quedase prisionera de la especulación filosófica de las diversas "escuelas", sino que se convirtiese en la profundización del dato revelado en la línea de la Tradición. Un eminente historiador protestante ha reconocido a Atanasio un mérito singular en este campo: "Gracias a él--escribió--, la fe en Cristo ha permanecido como una fe rigurosa en Dios y, de acuerdo a su naturaleza, muy distinta de todas las demás formas -­paganas, filosóficas, idealistas­-, de la fe... Con él, la Iglesia ha vuelto a ser una institución de salvación, es decir, en el sentido estricto del término "Iglesia", cuyo contenido propio y  determinante está constituido por la predicación de Cristo".[xiii]

4"¡Ánimo!, soy yo"

Para concluir volvemos a la divinidad de Cristo. Ella ilumina y enciende toda la vida cristiana.

Sin la fe en la divinidad de Cristo:

*    Dios está lejos,
*    Cristo permanece en su tiempo,
*    el Evangelio es uno de los muchos libros religiosos de la humanidad,
*    la Iglesia, una simple institución,
*    la evangelización, una propaganda,
*    la liturgia, la conmemoración de un pasado que ya no existe,
*    la moral cristiana, un peso no ligero y un yugo no suave.

Pero con la fe en la divinidad de Cristo:

*    Dios es el Emmanuel, el Dios con nosotros,
*    Cristo es el Resucitado, que vive en el  Espíritu,
*    el Evangelio, la palabra definitiva de Dios a toda la humanidad,
*    la Iglesia, sacramento universal de salvación,
*    la evangelización, el compartir de un regalo,
*    la liturgia, encuentro gozoso con el Resucitado,
*    la vida presente, el principio de la eternidad.

Está escrito: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn 3, 36). La fe en la divinidad de Cristo es particularmente indispensable en este momento para mantener viva la esperanza sobre el futuro de la Iglesia y del mundo. Contra los gnósticos que negaban la verdadera humanidad de Cristo, Tertuliano alzó en su tierra el grito: "Parce unicae spei totius orbis",  ¡No le quiten al mundo su única esperanza![xiv]. Tenemos que decir hoy a quienes se niegan a creer en la divinidad de Cristo.

A los apóstoles, después de haber calmado la tormenta, Jesús les pronunció una palabra que repite hoy a sus sucesores: "¡Ánimo!, soy yo, no tengan miedo"  (Mc 6,50).


[1] Los siete primeros concilios – Francisco Canals Vidal - Editorial Historia Viva pag. 41
[2] Cristiandad Diciembre 1959 – pag.472- – Francisco Canals Vidal – Editorial Historia Viva -
[3] Primera prédica de Cuaresma 2012 del padre Cantalamessa OFM Cap


[i] Atanasio, Historia Arianorum, 52,3:    Che ha a che fare 1 imperatore con la Chiesa?
[ii] Atanasio, De decretis Nicenae synodi, 31.
[iii] Cfr. Atanasio, De incarnatione 54, cfr. Ireneo, Adv. haer. V, praef.
[iv] Gregorio Nazianzeno, Lettera Cledonio (PG 37,  181).
[v] Atanasio,  Contra Arianos II 69 e I 70.
[vi] Antwort. Martin Heidegger im Gespräch, Pfullingen  1988.
[vii] Atanasio,  Contra gentes 41-42.
[viii] I. Kant,  Critica della ragion pratica, capp. III, VI
[ix] J.-P. Sartre, Il diavolo e il buon Dio,  X, 4, Gallimard, Parigi  1951, p. 267 s.
[x] Atanasio,  Contra Arianos I,  17-18 (PG 26, 48).
[xi] Agostino,  Commento al Vangelo di Giovanni, 26,2 (PL 35,1607).
[xii] Evagrio, De oratione 61  (PG 79,  1165).
[xiii] H. von Campenhausen, I Padri greci, Brescia 1967, pp.  103-104.
[xiv] Tertulliano, De carne Christi, 5, 3  (CC 2, p. 881).